El Barça está sumido en un círculo vicioso: tras
una veintena de victorias llega la derrota, como es lógico, y es entonces
cuando esa jauría que conocemos ambiguamente como el entorno se manifiesta para
criticar duramente todo lo que se mueva y vista de azulgrana, como una torreta
automática en un pasillo atestado de soldados. No es sensato, como tampoco lo
es afirmar tan rotundamente que el equipo “ha vuelto a ser el de antes” tras
dos victorias frente a un club de Segunda División B y otro que no se jugaba
nada. Nada ha cambiado, y para que una crisis termine primero debe haber
existido.