Xavi ya no está para competir en la élite,
cuando el ritmo del partido es alto. Desde que debutara en el primer equipo del
Barça el 18 de agosto de 1998 hasta hoy, Hernández sufre siempre que el campo
de juego se convierte en una autopista de velocistas, pues lo suyo es la pausa,
las posesiones largas, la maduración, esa cavilación parsimoniosa de la jugada
que lo hace único.
Como afirmé con anterioridad, que a Xavi le
supere el ritmo es un problema tan viejo como su debut, y entonces ¿cómo se
explica que fuera considerado el mejor centrocampista del mundo por tantos
años? Porque el 6 entendió su defecto, supo cómo neutralizarlo y efectivamente,
lo hizo. Su inteligencia y técnica le permitían elegir y ejecutar siempre la
mejor opción. Y por si esto fuera poco, su giro 360° hacía inconcebible que se
le pudiese arrebatar su propiedad. Dadas estas condiciones, rebelarse ante el
sometimiento del cerebro era absurdo.
Todo iba de las mil maravillas hasta el
verano de 2011, cuando la edad y los problemas físicos empezaron a hacer mella
en Hernández. Su capacidad para girar menguó y en consecuencia, los rivales
decidieron hacerle un marcaje más pegajoso, conscientes de la dificultad que le
entrañaba virar sobre su eje.