Parón de selecciones, Pamplona, San Siro y
Clásico. Es un calendario muy duro para cualquier equipo. Si me ciño a los
resultados, el balance previo a recibir al Madrid es positivo: los empates en
El Sadar y el Giuseppe Meazza son asumibles y no afectan las aspiraciones del
equipo. Que todo pueda cambiar el sábado ya es otra historia.
De ahí que sea incapaz de entender el
pesimismo y las malas sensaciones que han generado estos últimos partidos. No
las comparto. He visto un equipo que ha sido capaz de secar al Osasuna y
generarle ocasiones suficientes para golearlo. Y lo he vuelto a ver en San
Siro, ante un Milan que lo dio todo y tuvo quince minutos de gloria (y marcó
por un error de Mascherano, otro más). Si el Barça no goleó a los rossoneri fue
porque el balón no quiso entrar, simple y llanamente. “Existe la necesidad de
crear una crisis semanal”, diría Martino.
Lo ocurrido viene a reafirmar la tiranía del
gol sobre el juego. Si Cesc conseguía ese doblete en Pamplona, o si Adriano
empujaba ese balón en el Giuseppe Meazza, por ejemplo, la opinión general sería
muy distinta. No temo ir a contracorriente al discrepar de quien afirma que el
Barça se atasca a la hora de generar ocasiones de gol, porque creo firmemente
que el problema está en la finalización de éstas.
¿Que el equipo no es perfecto? Nunca lo ha
sido. ¿Hay aspectos a corregir? Por supuesto. ¿Pesimismo? Ninguno. El equipo
está mejor que la temporada pasada y en el mismo infierno donde antes perdió
2-0 sin chutar al arco, hoy empata porque no supo concretar sus oportunidades.
Para ganarle al Madrid habrá que jugar como
hemos venido haciéndolo, pero con más intensidad y concentración. Parece un
cliché, pero es cierto: un Barça enchufado no sufre esos quince minutos
rossoneri. ¿Jugará Puyol? ¿Jugará Cesc? ¿Veremos a Xavi correr hacia atrás (es
broma)? ¿Pedro o Alexis? Lo sabremos el sábado.
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