El planteamiento del Atlético fue predecible
porque no había otro mejor para encarar el partido. Simeone tiene infinidad de
méritos, entre ellos, su capacidad para convencer a sus jugadores de hacer lo
mismo una y otra vez, pues el Atlético encadena tres partidos jugándole al
Barça de la misma manera, y solo tres milagros (bombazo de Adriano en el Camp
Nou, autogol de Gabi en el Calderón y testarazo de Neymar hoy) le impiden
presumir de resultados. Y tengan por seguro que jugarán la vuelta igual, y los
dos partidos de Liga, lo mismo, manteniendo la competitividad y la intensidad
que los caracteriza.
La idea del Atlético fue embotellar al
visitante, cerrar espacios, recuperar en zonas de gestación y contragolpear. Su
repliegue alternó entre 4-4-2 (en un principio) y 4-5-1 (cuando el Barça
superaba una línea trazada imaginariamente o incorporaba a Alba), con Costa
emparejado con el lateral izquierdo y Villa, con Piqué.
Martino declaró intenciones al iniciar con el dúo Xavi-Iniesta. Su partido pasaba por someter y controlar a través de la posesión, e ir filtrando ocasiones hasta romper la represa. Por enésima vez, no funcionó. Simeone enjauló a los interiores en el trivote Koke-Mario-Gabi (superioridad numérica y física), dejó lejos a Busquets (más pendiente de hacer coberturas y ayudas a los centrales, como ante el PSG), secó a los laterales con hasta tres hombres frente a Alves y el antihéroe Costa frente a Alba, y más importante: exterminó los espacios entre defensa y mediocampo por los que se pasea Messi, mermado por su “molestia”.
El Barça intentó salir de dos maneras: con
Alves por derecha y con cambios de banda a Pedro por izquierda, pero fueron
infructuosos. El Atlético obligó al campeón a arriesgar por el centro, dulce
elixir de cualquier equipo contragolpeador que se respete. Busquets intentó muchos pases verticales y falló varios, y en uno de esos que sí consiguió, controló mal Messi
y el Atlético se abalanzó sobre los centrales. Una pared dibujada a la
velocidad de la luz entre Villa y Arda desbarató al Barça y culminó con un
golazo del primero.
La cosa no terminó en tragedia gracias al
oficio de Busquets y la anticipación tocada por los dioses de Mascherano, que “evoluciona
favorablemente” de su crisis de confianza.
Martino corrigió en el segundo tiempo:
interiorizó la posición de Alves y dio entrada a Fábregas, cuyos movimientos
fueron indetectables para el radar rojiblanco. Gracias a él y Neymar se marcó el
“gol que vale doble”. Tras el empate, la balanza se inclinó para los
blaugranas, quienes asentados en campo rival de un Atlético exhausto, recuperaban
tan pronto como la perdían e insistían por la zona izquierda, sin réditos (por
poco). Para ser más claro: la intensidad del local duró una hora, el límite de lo humanamente posible.
Afortunadamente, será en el Camp Nou donde se
decida todo.
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